La palabra castigar está mal vista cuando se trata de niños pequeños, pero rectificar comportamientos inadecuados es necesario. Para ello, últimamente se ha puesto de moda en las escuelas, copiado en muchos casos por la propia familia, utilizar una silla, aislada, donde se sienta al pequeño que ha cometido una falta de convivencia. Es la llamada silla de pensar.
Al margen de que no deja de ser curioso invitar a pensar a un niño de dos, tres, o incluso cuatro años, sobre la naturaleza y motivación de sus actos, lo que más me preocupa es que estos niños crezcan asociando el acto de pensar a castigo.
En realidad se está aplicando un castigo muy usado en los años 60 que se llamaba time out o tiempo fuera, aunque un poco en precario porque no hay espacios adecuados para llevarlo a cabo como la técnica indica.
Entiendo que separar a un niño de la actividad que ha provocado el conflicto es oportuno, pero sigo resistiendome a que la actividad de pensar se asocie a una situación desagradable, frustrante, negativa.
Castiguemos a nuestros niños cuando haga falta, pero acompañémosles en el dificil arte de pensar. Hay programas que lo hacen factible desde la más tierna infancia. En la película documental "No es más que el principio" así se demuestra.
Un buen aprendizaje será la única forma de que aprendan realmente a pensar y dejen de ser esclavos de sí mismos y de los demás.