sábado, 21 de mayo de 2016

EDUCAR DESDE EL CONTROL Y LA RESPONSABILIDAD

La noticia que hace una semana saltó a los medios de comunicación puede ayudarnos a recapacitar sobre qué tipo de educación dar a los niños:
En Barcelona dos niños de 5 años abandonan el colegio, van hasta la estación de ferrocarril, toman un tren y viajan más de media hora hasta que levantan las sospechas de un pasajero que alerta a los mossos  

Enseguida saltó la polémica. ¡Cómo dos niños de cinco años pueden abandonar el colegio sin ser vistos! ¡Cómo durante el trayecto que hicieron hasta la estación cogidos de la mano nadie los detuvo ni preocupó que andasen solos por la calle con tan corta edad! ¡Cómo una vez en el vagón no llamaran la atención de nadie a excepción de un solo viajero! ¿Qué pasa con los adultos, cómo es posible que la "tribu" se despreocupe de los más vulnerables?
La polémica esta servida entre los que propugnan una educación desde la responsabilidad, en la que se intenta que el niño sea capaz de autorregularse, consciente del compromiso que contrae para ayudar en su seguridad, en la medida de sus posibilidades, y los que opinan que los adultos a cargo son culpables de cualquier situación que se pueda dar.
Por supuesto que los niños deben estar en un entorno seguro, a salvo de intromisiones y situaciones indeseables, pero a veces no se puede controlar todo porque en la vida existen los imprevistos, y es ahí donde hay que educar en la responsabilidad. Por supuesto que un centro no debe tener sus puertas abiertas a cualquier hora sin control, pero también se debe alertar a los niños para que no abandonen el centro si encuentran una puerta abierta por cualquier circunstancia, porque los mayores se van a preocupar por ellos, ya que puede ser peligroso que los niños pequeños vayan solos por la calle.
Hallar el equilibrio para alertar sin infligir miedo, evitando crear niños asustadizos e inseguros, no es tan difícil si actuamos desde la serenidad, el diálogo y la confianza. 
Parece ser que el niño protagonista de la aventura quería llevar a su amiga a su casa para enseñarle sus juguetes. Para él no existía riesgo "porque sabía ir". La familia del niño parece que no ha presentado denuncia alguna por la presunta negligencia del centro, en cambio si lo hizo los padres de la niña. Tenemos claramente escenificadas las dos actitudes: control frente a autorregulación-responsabilidad. Es preciso un equilibrio de ambas.
La educación es un equilibrio de fuerzas entre lo que aporta el educador y el educando. Es imposible en todos los casos prevenir todas las posibilidades por eso hay que alertar, enseñar estrategias para que el menor sepa qué hacer si se encuentra en una situación difícil, al tiempo que debe conocer los límites y respetarlos.
Es por esto que nos decantamos por un control para presentar un entorno seguro, por supuesto, pero también hay que buscar la cooperación de los menores, enseñarles a que sean capaces de autorregularse, a hacerse responsables poco a poco, a actuar desde la prudencia, no desde el miedo. 

MALTRATO INFANTIL: HERIDAS EMOCIONALES

Cuando aparecen en los medios de comunicación noticias acerca de un menor maltratado nos da un vuelco el corazón, como no podía ser de otro modo. Esos malos tratos normalmente son físicos, los más fáciles de detectar: hematomas, arañazos, quemaduras, huesos rotos... Aunque veces no siempre responden a un maltrato real.
No obstante los malos tratos emocionales dejan cicatrices casi indelebles en la personalidad de quien los sufre y, aunque no son tan fáciles de detectar, no dejan lugar a duda de su existencia.

Una de esas heridas es el abandono. Un niño abandonado no sólo es quien se cría en una institución pública, el caso más grave y que puede acarrear problemas de conducta y personalidad, sino aquel cuyos padres no le ofrecen disponibilidad. Niños que quizás tengan cerca físicamente a sus progenitores, pero no le ofrecen la atención, el apoyo, la calidad de su tiempo disponible. Estos niños denotan inseguridad, rabietas cuando se quedan solos, piden desesperados la cercanía o los brazos del adulto. Si ese abandono es más grave no denotarán emoción si los padres se marchan o aparecen en su entorno, seguirán haciendo lo que hacían sin prestarles atención, respondiendo de la misma manera que lo hacen con él. 
De mayores estos niños temerán los compromisos afectivos por miedo a volver a ser abandonados. Su autoestima se verá dañada. Serán inseguros, y temerán las responsabilidades familiares, sociales o laborales a lo largo de su vida.
La traición. Sentirse traicionado por quien es lo más importante para ti es muy duro. El niño al que se miente, al que se le prometen cosas que se olvidan sistemáticamente, al que se manipula para conseguir puntualmente lo que se quiere de él no podrá confiar fácilmente en los demás. 
De mayor jamás confiará en una palabra dada, "la gente miente siempre buscando su propio provecho", pensará. Según su personalidad puede convertirse en un controlador absoluto para evitar traiciones o se verá involucrado en una rueda de traiciones para dar cumplimiento a la creencia de que la gente, ni siquiera él mismo, es confiable.  
El rechazo es otra herida que no cicatriza fácilmente. La niña que debió nacer niño, o ese niño con maneras poco masculinas para el gusto de su entorno social. El niño no deseado o aquellos que hagan lo que hagan no logran la aprobación de sus padres. Son niños tímidos, algo asustadizos. Rechazan toda aquella actividad que les huela a reto, a medirse con otros o con la propia tarea, a destacar y a tomar decisiones por no asumir el riesgo de fracaso que conlleva. 
De mayores estos niños pueden buscar la aprobación de los demás al coste que sea, incluso de sí mismos. También pueden envolverse en el halo de falsa superioridad derivada del rechazo (te desprecio antes de que tú me lo hagas a mi).
La humillación provoca un cúmulo de emociones que hieren profundamente. Usar el insulto anula, mucho peor cuando se realiza en público: "eres lo más tonto que existe", "eres un ser inútil", no llores que todos van a ver lo feo que te pones, llorón, llorica... No somos conscientes de lo mucho que hieren las palabras, es mentira que se las lleve el viento, dejan graves heridas en el alma. Someter a alguien a una crítica constante, machaca, debilita y consigue que la persona no confíe en sí misma, en sus posibilidades, que no se crea merecedora de reconocimiento, que sea recelosa ante el halago. Es quitarle lo más preciado que tiene: a sí misma. 
De mayores los niños humillados repetidamente no buscarán grandes metas. Al mismo tiempo serán hipercríticos consigo mismos y con los demás. Su necesidad de no ser cogidos en falta, de no cometer errores les llevará a mantenerse siempre en constante tensión que le impedirá disfrutar de lo que hagan, incluso de la vida. 
  
La severidad como rigor excesivo a juzgar la conducta, la rigidez en la norma, provoca en el niño el sentimiento de injusticia, y por ende le precipita al rencor. Mentirán para evitar el castigo recelosos de su propia conducta, por si acaso ha obrado mal. Estará muy pendiente de dar la respuesta que cree que los demás esperan de él. Tendrá doble moral y le será difícil actuar desde la lealtad a su propia persona.
De mayor será rehén de sí mismo, de sus planteamientos, de sus planes, de sus decisiones. El adulto que de niño fue tratado con fría dureza no admite la frescura, el dejarse fluir con los acontecimientos, le será muy difícil adaptarse a ellos. Será especialmente duro con quien se comporte de forma natural y que deje brillar su propia luz. No soporta a la gente dúctil, aquella para quien la vida no es una pesada carga sino una fuente de disfrute.
Debemos estar muy atentos a las heridas emocionales. No podremos crear una sociedad sana con niños emocionalmente enfermos.


domingo, 1 de mayo de 2016

EL NUEVO FLAUTISTA DE HAMELIN, UN DESASTRE EN EUROPA

El cuento infantil el flautista de Hamelin narra el rapto de los niños de un pueblo, cuyo
alcalde no quiso pagar lo prometido a un flautista que les libró de una plaga de ratas mediante la maravillosa música que producía con su flauta. El flautista enfadado por la falta de cumplimiento del compromiso adquirido por el alcalde, hizo lo propio con los niños del lugar, hechizándolos con su melodiosa música y llevándoselos a un lugar desconocido por todos.
Siendo como fuere, la pérdida de la población infantil conmueve siempre porque es la pérdida del futuro de un pueblo, de una nación, de la humanidad.
Sabemos que en suelo europeo han desaparecido al menos diez mil niños que viajaban solos huyendo del horror de la guerra. Y esto ha pasado en la Europa de los controles, de las listas, de los protocolos. Puede que las mafias, con su buen ojo comercial, hayan visto en ellos una mercancía de lujo para el tráfico de órganos, la prostitución infantil y quién sabe qué más atrocidades.
Mientras los que estamos dentro de esta circunscripción llamada Europa, observamos sobrepasados de espanto pero incólumes, mudos y sordos ante tamaña tragedia, siguiendo con nuestras pequeñas vidas y cruzando los dedos para que jamás les pase algo así a nuestros pequeños, sin darnos cuenta que lo que le pase a cualquier niño agosta nuestro futuro como humanidad.

Pertenecemos a la tierra que dio vida a los Derechos Universales del Hombre, a la Democracia, pero no hemos sabido reaccionar, gestionar, tamaño desastre humanitario. Pertenecemos a estados donde educamos a nuestros hijos en el civismo y los valores (?). Cuando crezcan nuestros hijos, si realmente hemos sido capaces de hacer de ellos personas coherentes, lo cual me parecería un milagro dado nuestro comportamiento, y nos pregunten qué hemos hecho para alzar nuestra voz ante tamaña injusticia, ante tal asesinato, qué podremos decirles? Hijo, había una vez un flautista…