El cuento infantil el flautista de
Hamelin narra el rapto de los niños de un pueblo, cuyo
alcalde no quiso pagar lo
prometido a un flautista que les libró de una plaga de ratas mediante la
maravillosa música que producía con su flauta. El flautista enfadado por la
falta de cumplimiento del compromiso adquirido por el alcalde, hizo lo propio
con los niños del lugar, hechizándolos con su melodiosa música y llevándoselos
a un lugar desconocido por todos.
Siendo como fuere, la pérdida de la población infantil conmueve siempre porque es la pérdida del
futuro de un pueblo, de una nación, de la humanidad.
Sabemos que en suelo europeo han
desaparecido al menos diez mil niños que viajaban solos huyendo del horror
de la guerra. Y esto ha pasado en la Europa de los controles, de las listas, de
los protocolos. Puede que las mafias, con su buen ojo comercial, hayan visto en
ellos una mercancía de lujo para el tráfico de órganos, la prostitución
infantil y quién sabe qué más atrocidades.
Mientras los que estamos dentro de
esta circunscripción llamada Europa, observamos sobrepasados de espanto pero
incólumes, mudos y sordos ante tamaña tragedia, siguiendo con nuestras pequeñas vidas y cruzando los dedos para que jamás les pase algo así a nuestros pequeños, sin darnos cuenta que lo que le pase a cualquier niño agosta nuestro futuro como humanidad.
Pertenecemos a la tierra que dio vida
a los Derechos Universales del Hombre, a la Democracia, pero no hemos sabido reaccionar,
gestionar, tamaño desastre humanitario. Pertenecemos a estados donde educamos a
nuestros hijos en el civismo y los valores (?). Cuando crezcan nuestros hijos,
si realmente hemos sido capaces de hacer de ellos personas coherentes, lo cual
me parecería un milagro dado nuestro comportamiento, y nos pregunten qué hemos
hecho para alzar nuestra voz ante tamaña injusticia, ante tal asesinato, qué
podremos decirles? Hijo, había una vez un
flautista…
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