Vivimos en una época en la que los niños los criamos dentro de una burbuja, sobreprotegidos.
Un niño sobreprotegido puede conducirse como un miedoso empedernido o como un prepotente. Los criamos como si lo normal es que el mundo gire a su alrededor, como príncipes y princesas de cuento de hadas y la verdad es que no hay tantos reinos. La vida en su cruda objetividad puede empecinarse en bajarnos a la realidad, y cuando la vida ofrece su peor cara es preciso que nos encuentre firmes, seguros, tranquilos y luchadores, y eso es muy difícil si no nos han enseñado a que lo malo puede pasar. En ese momento no sirve pensar que somos los que tenemos la peor suerte del mundo y que somos objeto de una injusticia colosal, que el mundo nos debe un puesto al sol, porque es mentira, el mundo no nos debe nada.
Un niño sobreprotegido cuando sea mayor no verá retos sino peligros, todo será angustia, e incluso la depresión puede hacer acto de presencia.
Educar en la certeza de que toda prueba es una oportunidad de aprendizaje del que salir fortalecido y mejor persona, es mejor que afanarnos en allanar a nuestros hijos cualquier escollo, pues ello conducirá a dejarles sin más herramientas que despotricar contra la mala suerte y sumirse en la autoconmiseración. Si sobreprotegemos estamos diciendo a nuestros hijos tú no puedes ocuparte, yo lo hará por ti, y así lo vamos haciendo más inseguros y más dependientes y con ello más infelices e impotentes.
Nuestros hijos se merecen ser felices, agradecer lo que tienen y saber que son piezas maravillosas del universo. Ser honestos será su mayor belleza. Hagámosles sentir orgullosos de ser quienes son y tendrán la fuerza para encontrar su camino, su objetivo en la vida.
No debemos de temer que sean independientes por tenerlos más cerca porque será la mejor manera de perderlos ya que no se tendrán ni a sí mismos.
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