miércoles, 16 de julio de 2014

Celos entre hermanos


Podriamos definir los celos como ese sentimiento de carencia ante alguien que posee lo que creemos que a nosotros se nos escatima.
Cuando un niño se enfrenta a una situación que le sobrepasa porque no es capaz de gestionar su sentimiento de celos, puede reaccionar de dos formas según su personalidad: sumisa (complejo de Cenicienta), o agresiva (complejo de Cain). Los casos más llamativos son los segundos por lo que conllevan de agresiones y situaciones violentas. Suelen ser los que se consultan con el psicólogo.
Sin embargo son más difíciles de detectar cuando no hay enfrentamiento abierto. Cuando uno de los hermanos se pliega a los dictados del otro las situaciones no son tan evidentes, ya que ambos consiguen de alguna forma una compensación, el activo porque consigue siempre lo que quiere y el sumiso obtiene la consideración de los padres por ser bueno y no disgustarse con el hermano. El costo afectivo es alto al correr de los años, pues la familia es el lugar donde aprendemos a desarrollar las respuestas sociales. Si aprendemos que debemos siempre apartarnos del camino cuando alguien exige pasar, nunca tendremos la sensación de que nos merecemos estar ahí. Pero igualmente malo es creer que avasallar es la manera de ir por el mundo para poder tener tu sitio.
A los padres corresponde estar atentos. Los celos en sí no son malos, es un sentimiento más que hay que reconocer para actuar. Gestionar este sentimiento adecuadamente supone reconocer las cualidades del otro, educar en el respeto, en la solidaridad y en el afán de ser útil a los demás.
Pensamos que es dificil porque los niños son egoistas por nauraleza, pero no es cierto, pueden ser los seres más generosos si los criamos sanos afectivamente, y esto pasa porque sientan que viven en la abundancia afectiva, que el cariño compartido no es menos cariño sino más porque se multiplica ese amor. Que nunca les faltará la atención y el afecto necesario porque son seres únicos y se lo merecen. Sólo desde esta convicción podrán tener una vida sin cicatrices afectivas. Lo más importante: no basta con saberlo hay que sentirlo y para ello hay que ser padres realmente afectivos.