Me comentaba el otro día un director de una escuela infantil conveniada que no llegaba a fin de mes, y que ni siquiera podía ir a Sevilla a la concentración prevista para hoy lunes 1, con el fin de pedir el cobro de los atrasos, porque no tenía dinero para el viaje.
En la página web de la Consejeria de Educación el consejero explica el dinero que representa este ciclo educativo, aunque no desglosa los gastos. Alonso expuso en el Parlamento que esta etapa educativa no es obligatoria ni universal, (esto se ve muy claro en el primer ciclo de esta etapa puesto que no hay compromiso de que haya un puesto escolar para cada niño ni que éste sea gratuito), pero que "representa una gran apuesta social y para la conciliación familiar".
Es difícil pensar que trabajadores con un trabajo a veces en precario, que no cobran el mes de agosto, y que ven cómo se retrasan sus pagas, puedan realizar su trabajo con la profesionalidad y la entrega con la que realmente lo hacen. Desde aquí el homenaje merecido para la inmensa mayoría de trabajadoras (en su mayoría mujeres) que educan y cuidan con cariño a nuestros pequeñines.
Pero hay que insistir que las escuelas infantiles no pueden ser sólo una apuesta social sino educativa. Además nos negamos a poner el acento en que las escuelas sirvan para atender a los pequeños de la casa mientras sus padres se pierden las mejores horas de convivencia en unos trabajos extenuantes; parece que a esto es a lo que se le llama conciliación familiar. Cada vez comprobamos con más asiduidad que la franja horaria de trabajo se amplia, y con ella las horas de permanencia de los más pequeños en el cole, muchos desde las 7,30 a las 17 horas. Debería llamarse conciliación con el mundo laboral ya que la convivencia familiar parece importar poco.
Tendremos conciliación familiar cuando los padres puedan acogerse a jornadas reducidas con subvenciones del estado e incluso a excedencias laborales manteniendo sus puestos de trabajo, y nuestros niños tengan la opción de desarrollarse en la solidez emocional de un ambiente familiar solícito y relajado. En ese momento quizás nos despierte el frío y comprobemos que hemos emigrado al norte de Europa.
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