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Los niños verdaderamente
caprichosos son niños neuróticos y por lo tanto infelices, son pequeños que se conducen de forma
errática con respecto a sus apetencias, lo quiero ya y cuando lo obtengo lo
desprecio y busco otra cosa, mejor cuanto más difícil de obtener . Sólo buscan manipular su medio para hacerse notar, es decir, en
realidad no le importa el objeto de deseo sino la atención del adulto.
Parecería que son niños privilegiados porque los adultos con los que conviven
no les ponen límites, los tratan como si fueran los reyes de la casa, pero en
realidad no se les ponen cortapisas para evitar molestias, porque
verdaderamente no interesa mantener sobre ellos una verdadera atención
sostenida, lo que permitiría comprender qué necesita realmente, sino simplemente
que se calme, sustituyendo la atención por un objeto.
Si digo “verdaderamente”
caprichosos es porque hay que distinguir entre los niños mencionados
anteriormente y aquellos que de pronto cambian de actitud hacia alguna persona,
ropa, lugar o situación. Es probable que este cambio lo achaquemos sin más a un
capricho, pero puede haber una razón aunque no sepa explicarlo o por miedo a
ser ridiculizados, amenazados o simplemente no entendidos. También entra dentro de lo normal el cambio de intereses acorde con la labilidad de atención sobre los objetos, mayor cuanto más pequeños.
Si somos
capaces de escuchar realmente al niño mucho más allá de lo que sea capaz de
decir, percibiendo su cambio de tono muscular, la expresión de su rostro o su
mirada, estaremos más cerca de darle una respuesta apropiada, para ello debemos
tener a punto nuestra propia inteligencia emocional, y hacer acopio de paciencia y amor.
Pero sobre
todo, por favor, no proyectemos sobre ellos nuestros propios miedos, nuestra
mirada atemorizada sobre el mundo. Ellos tienen sus propios miedos y reaccionan
a su manera. El hecho de que un niño rehúya a un adulto puede que sea porque no
le guste su tono o volumen de voz, no hay que ver abusos de otro calado.
Un niño no
escuchado puede ser un niño sobreprotegido, pero no querido.
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