La CEAPA denuncia la sobrecarga de deberes que abruman a los niños y les impide tener
momentos de ocio.
Yo he visto
deberes hasta en infantil de tres años, disfrazados de “la ficha que no ha
terminado en clase”, cuando lo que habría que ver es porqué no se termina el
trabajo en clase, comenzando por hacer un análisis crítico de las actividades
homogéneas y no siempre motivantes o asequibles para todos.
Es posible
que desde bien pequeños sometamos a los niños a un estrés innecesario (la
mayoría lo es), sin que no siempre se tenga criterios claros sobre para qué lo hacemos, achacándolo en ocasiones a
la necesidad de disciplinar en el trabajo desde bien pequeños.
Pero es que
no contentos con esto, los papás los apuntan a toda clase de actividades
extraescolares que les ocupa en actividades dirigidas por adultos todo su
tiempo. Es imposible así que aprendan a autorregularse, a buscar soluciones por
sí solos o a cultivar su imaginación. Sencillamente no hay tiempo para eso.
Esta carga
escolar, sobre todo a los más pequeñitos les puede aportar una situación de
estrés que no siempre es fácil de ver. Sólo sabemos que se hacen más apáticos o
más irascibles, lloran por todo, se portan de forma caprichosa o exigente, lo
cual lleva al castigo y éste al llanto o rabieta. Antes se decía que el llanto es bueno
porque limpia, pero si limpia es porque hay alguna suciedad.
No siempre
es fácil de ver el motivo de la alteración de la conducta en los más pequeños,
porque no vale preguntarles qué les pasa porque no lo saben. No pueden comparar
lo que les pasa con lo que esperan que debería pasar, porque sencillamente no
tienen experiencia para poder comparar, y esto les lleva a una situación sin
salida. Lo mejor es averiguarlo a través del juego, pero claro, para ello el niño
tiene que tener tiempo de jugar.
Observar el
juego de un niño nos da muchas pistas. A partir de los tres, y sobre todo 4 y 5
años, el niño juega a desempeñar un rol, se juega a la escuela, o a los papás.
Ahí el niño reproduce las conductas de los adultos con los que convive y es una
fuente de información fidedigna de las tensiones a los que los sometemos los
adultos sin darnos cuenta o, en ocasiones, porque es mejor para ellos.
Cuando el
niño se comporta de forma despótica en roles de este tipo nos está diciendo que
posiblemente lo estamos sometiendo a un nivel de exigencia a la que él tiene
miedo de no saber responder adecuadamente. Asimismo hay que actuar cuando el
niño es destructivo con sus juguetes o con los de otros, nos habla de que está
pasando por un mal momento, puede que los celos o la violencia en su entorno
(aunque sea simbólica, a través de películas o juegos) le estén haciendo mella.
Es
conveniente que seamos mucho más reflexivos sobre todo con los más pequeños
para descubrir las tensiones que les embargan y así poder ayudarles.

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