martes, 31 de agosto de 2010

¿Soy una buena madre o un buen padre?

A veces, a no pocos padres les asalta esta pregunta, aunque con mayor frecuencia son las mujeres quienes se la hacen. Cabría preguntarnos qué es ser un buen padre o madre. Casi todo el mundo tenemos una imagen idealizada de lo que significa ser padres, lo cual conlleva, la mayoría de las veces, superar con nuestros hijos los defectos que a nuestro juicio tuvieron nuestros padres en nuestra crianza y educación. De esta forma nos decimos yo seré más paciente, o más cariñoso, más dialogante, etc. Irremediablemente esto lleva a juzgar nuestras acciones como padres a través de una visión idealizada y por lo tanto falsa de la realidad.

El problema viene cuando los hijos nos dejan sin respuesta o no responden a la imagen idealizada que nos hacemos de lo que sería un niño bien educado. En ese momento entramos en crisis y toda una cascada de pensamientos culpabilizadores nos asaltan. En principio nos debería tranquilizar pensar que los auténticos malos padres nunca se hacen esta pregunta.


Aunque parezca paradójico el hecho de que contemos en la actualidad con tantos estudios u opiniones más o menos científicas acerca de cómo ser buenos padres, en algunos casos llegan a desconcertar.

En no pocas ocasiones madres jóvenes dicen sentirse satisfechas de la educación recibida, pero que es una forma anticuada de educar y no quieren eso para sus hijos. Borrar los patrones de conducta que tenemos internalizada que como hijos aprendimos de nuestros padres, en caso de haber tenido una relación paternal normal, es quedarse sin defensas, yendo siempre a la deriva del último estudio o de lo que diga el especialista en cada momento.

Para ser buenos padres no es suficiente con partir de cualidades que nos parecen adecuadas sino de saber gestionarlas. Las cualidades que exponíamos antes tales como paciencia o tolerancia sin medida pueden desembocar en una falta de límites en el niño que con el tiempo le causará problemas de integración social y autoestima.



Puntos básicos para un buen paternaje o maternaje

No se pueden dar reglas de cómo ser un buen padre o madre porque no las hay y todo aquel que sea persona madura y responsable sabe que se hace lo que se puede.


  • De lo dicho anteriormente podemos sacar un principio válido: huir de las idealizaciones. No podemos pretender ser padres perfectos porque así no pediremos tener hijos perfectos. Ambas cosas nos llevarán irremisiblemente a la frustración.

  • No anteponer nuestras necesidades como padres a las de los hijos.
Vivimos en un mundo hedonista en el que el goce de todo tipo nos parece un derecho fundamental. Hay quien piensa que tener un hijo te inhabilita para ser feliz por lo que supone de renuncia. Es cierto que tenemos derechos como personas y como pareja a los que no debemos renunciar por el hecho de ser padres. Todo está en la medida. Salvo en personas altamente narcisistas que no piensan más que en sí mismas, por lo general el goce de un hijo reporta goce a sus padres, de tal forma que no se harán gravosas las pequeñas renuncias que deberán hacer.

  •  No identificar nuestras propias necesidades con las del hijo.
Cuando regalamos el juguete que no tuvimos y nos hacía tanta ilusión es una señal, aunque inocua, de la identificación con el hijo. No tenemos derecho a revivir nuestra vida a través suyo, no podemos inculcarle que hagan lo que nosotros no pudimos hacer, ellos deben tener su propia vida y ella se encargará de darle sus propias oportunidades.

  •      Educamos por lo que somos y no por lo que decimos.

• Los padres han de ser flexibles y saber adaptarse a las circunstancias pero siempre desde la seguridad. Ser consistente significa precisamente ser firme, seguro, saber por qué se hacen las cosas y qué es importante conseguir. Quien es consistente sabe poner límites adecuados.

• Además debemos ser coherentes, no podemos decirle a un niño come verdura porque es buena y nosotros no probarla. Tampoco podemos premiar hoy lo que castigamos mañana. En ocasiones nos hace gracia determinada conducta en un contexto y les reímos la gracia, olvidando que los niños no saben distinguir las situaciones adecuadas y tenderán a intentar hacernos reír volviendo a hacerlo quizás en contextos menos propicios.

• Por último es importante ser congruentes pues nos dará el justo toque de ecuanimidad para aplicar con serenidad la oportuna acción equilibrada. En ocasiones una pequeña tontería provoca una reacción furibunda en un padre o madre y la explica porque ya la tenía harta. Es posible que haya aguantado situaciones mucho más intolerables pero no ha sabido cortar la situación a tiempo. El niño se queda sólo con la sensación de que una pequeña tontería provoca reacciones de rabia lo que le producirá una sensación de angustia, pues no cuenta con unos padres que mantienen una actitud clara ante qué conductas son las realmente intolerables y aplicar los mecanismos de evitación adecuados.



Observar estas tres reglas llamadas por algunos autores la regla de las tres C habremos alcanzado un nivel muy alto en nuestro papel de padres.

Ser padres es difícil, nadie lo niega, se dice que los niños no vienen con un manual debajo del brazo. Tampoco nos gustaría, pues en ese caso nos perderíamos la fascinante actividad de ir descubriendo a esa persona que la vida nos pone a cargo para contribuir a que sea la mejor persona posible. Para ello es imprescindible estar atentos, aceptar los propios errores que seguro se cometerán, e intentar no volver a cometerlos aceptando la responsabilidad y evitando la culpabilidad.

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